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Elegir tu propio baile

  • Foto del escritor: Ana Bravo de Laguna
    Ana Bravo de Laguna
  • 6 sept
  • 2 Min. de lectura

Cuando leí las palabras de mi querido Arcadio sobre la costumbre, algo en mí se removió.

Por fin alguien ponía en palabras eso que llevo tanto tiempo intentando decir: nos aferramos a lo familiar porque, en realidad, no vivimos… sobrevivimos.

Habitamos la vida como quien camina siguiendo un mapa ajeno, sin detenernos a preguntar si el destino marcado es, de verdad, el nuestro.


Y así, nuestra existencia se reduce a repetir modelos de vida como si fueran fórmulas universales. Copiar y pegar.

Como si no existieran más caminos posibles que los que otros ya han recorrido antes.


“Así ha sido siempre”, nos dicen. Y eso basta. Tener pareja, aunque duela. Aguantar a la familia, aunque hiera. Tener hijos, aunque no lo deseemos. Quedarse en un trabajo que apaga el alma, porque dejarlo sería “una locura”.

Todo ello sostenido por un refrán tan antiguo como peligroso, que repetimos como loros: “Más vale malo conocido que bueno por conocer.”


Como si ser infeliz encajando en el molde fuera preferible a ser feliz rompiéndolo.

¿No es demencial?. A mí, particularmente, me resulta escalofriante.


Y es ahí, querido lector, donde nace nuestro miedo al cambio. ¿Cómo no íbamos a temerlo, si salirnos del guión hace temblar todo el sistema?


Ese sistema que ha sido el andamio de tantas generaciones. Un sistema que no sostiene nuestros sueños, sino los sueños de otros -si es que alguna vez lo fueron realmente-.


Y así, poco a poco, la costumbre se ha colado en nuestras vidas disfrazada de paz. Una paz frágil, que solo existe si nadie se desvía del camino. Una calma que se mantiene mientras nadie rompa las reglas. Mientras nadie decepcione. Mientras nadie se atreva a soñar distinto.


Una paz que no deja espacio para lo que arde dentro. Para lo que es verdaderamente nuestro. Para lo auténtico.


Por eso, la costumbre no nos permite vivir, sino sobrevivir con la falsa calma de lo conocido; moldeándonos para encajar en sociedad.


Pero yo no quiero sobrevivir. Quiero vivir. Aunque eso implique decepcionar a quienes esperaban otra versión de mi y quedarme sola en el abismo.


Porque la verdadera paz no la da seguir una coreografía de vida, sino en tener el coraje de elegir —con libertad— tu propio baile.


Ana Bravo de Laguna

 
 
 

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