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No hay karma. Hay conciencia

  • Foto del escritor: Ana Bravo de Laguna
    Ana Bravo de Laguna
  • 12 oct
  • 2 Min. de lectura

La necesidad humana de buscar causas y explicaciones para todo nace del hecho de que nos resulta insoportable pensar que el sufrimiento pueda ser gratuito.


Nos negamos a aceptar que a la gente buena le ocurran cosas malas sin ninguna razón. Y al revés.


Por eso recurrimos a la narrativa simple, pero ordenada, del karma: si sufres, es porque algo malo hiciste; si te va bien, es porque lo mereces.


Un relato que, en el fondo, también sostienen todas las religiones: si haces el bien, serás recompensado en el cielo; si haces el mal, lo pagarás. Ya sea en el infierno, o en otra vida convertido en cucaracha.


Pero, por mucho que nos cueste aceptarlo, la vida no es justa.


Si lo fuera, ¿cómo se explica que hoy, a la misma hora, estén naciendo dos personas con destinos tan distintos? Una rodeada de amor, cuidados y recursos. La otra, en la precariedad, en medio de una guerra o en el abandono.


No hay lógica. No hay explicación. Sólo azar. No todo tiene una lección espiritual detrás. No todo tiene sentido. A veces, nada lo tiene.


Y justo por eso, el verdadero quid de la cuestión es que tenemos el poder de elegir qué hacer ante esa realidad.


Y es que en lugar de confiar en que el karma lo arreglará todo o pensar (si se me permite, de forma infantil) que el universo tiene un plan que equilibrará la balanza por nosotros, la vida se trata de nuestras propias decisiones.


Elegir la compasión cuando el mundo es indiferente. Elegir la bondad aunque no siempre sea recompensada, sino porque aunque la vida sea injusta, yo elijo no serlo.


Tal vez el karma no exista.

Pero existe nuestra voz.

Y son nuestros gestos los únicos que pueden cambiar el mundo. O, al menos, nuestro “mundito”.


Ana Bravo de Laguna





 
 
 

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