La temperatura del deseo
- Ar Domínguez

- 3 ago
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Actualizado: 11 ago
La luz del verano arde, quema la imagen con esa levedad pastosa que parece flotar sobre el silencio de una tarde de hamaca, libro y arena.
Es ese calor húmedo que envuelve cada gesto, cada mirada en una secuencia de transiciones perezosas. Vivir un amor de verano es entregarse a esa cadencia: el sol lo pinta todo de dorado y el deseo se dispara con una intensidad sin precauciones, mientras la brisa sola te seduce.
El aire huele a sal, a piel bronceada con olor a coco. En ese instante, reconoces que el verano admite de todo sin promesas, sin reloj. La seducción es un pulso que de un momento a otro ilumina una complicidad secreta que sabe a eternidad, aunque esté contada en horas. Horas lentas en las que todo se vuelve más plomizo: el roce de una mano y la levedad de un estremecimiento. La tensión entre el mundo que se achicharra y ese frescor íntimo del deseo hace que todo tenga presencia. Es algo parecido a cuando el paladar encuentra en la misma cucharada algo dulce y salado a la vez. Esas pequeñas caricias solo duelen de tanto querer que duren, que no se derritan con la tarde.
Ahí reside su fuerza: en lo efímero que lo hace inolvidable, esa constante sensación de que caerá de tu piel como las hojas de los árboles cuando llegue el otoño. No pides nada más que el instante, y sin embargo, se queda contigo mucho después de que el rumor del mar se mezcle con la rutina, con el ritmo frenético de la puta realidad.
El ocaso se traga las tardes como en un atracón de milhojas. El último mensaje es ya melancolía. Te marchas con el alma latiendo fuerte, acostumbrada a ese calorcito que ya no arde pero que palpita debajo de la piel.
Amar un verano es saberse pasajero sin perder la ilusión. Es sentirte seducido por la temperatura del aire, por la posibilidad de un instante que, en su intensidad, trasciende el tiempo. Ese romance breve imprime en el corazón una sensación que siendo efímera, se instala como algo eterno, la anécdota que quizá te contarás una y otra vez, mientras sigas buscando tu final de peli romántica.
(para L.)
Ar Domínguez

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