top of page

Los finales felices son solo presentes que se pueden estropear

  • Foto del escritor: Ar Domínguez
    Ar Domínguez
  • hace 5 días
  • 3 Min. de lectura

A veces pienso que la vida tiene un extraño sentido del humor: te promete un final feliz para después recordarte, con la misma suavidad que un roce en la nuca, que nada termina del todo. Que cada cierre, por perfecto que parezca, es apenas una pausa. Una respiración. Una ilusión de frontera.


Nos han enseñado que un “final” es un punto y aparte, una puerta que se cierra, una canción que se apaga en el momento justo. Pero cuando lo vives en carne propia —cuando ese final feliz por fin llega, con su luz tibia y ese alivio que te afloja los hombros— algo dentro de ti se pregunta en silencio: ¿y ahora qué? Porque el futuro sigue ahí, con su silencio inquietante, sin fecha de caducidad, sin advertencias, sin spoilers. Un futuro que no conocemos y que, precisamente por eso, no podemos dar por acabado nada.


Quizá por eso un final feliz no es más que un instante presente que nos da por completo… pero solo por un rato. No porque vaya a estropearse, sino porque la vida no está diseñada para quedarse quieta.


El cine lo sabe bien. Nos sienta en la butaca, nos regala dos horas de caos emocional, y luego nos entrega un beso, una mano que se agarra, una frase redonda con música ascendente. Luces. Créditos. Y ahí estamos nosotros creyendo que esa historia ha terminado. Pero todos intuimos que no: que después de ese beso llegarán los silencios incómodos, las facturas por pagar, las dudas al despertar. Que a veces el “felices para siempre” es solo un “felices… por ahora”. Que los créditos finales esconden otra película que no veremos.


La vida funciona igual. Los finales felices existen, claro que sí. Y son maravillosos. Pero no cierran nada. No garantizan nada. No certifican nada. Son la fotografía de un presente que se siente pleno. Ese es su valor: no que duren, sino que son.


Ahí es donde me descubro reflexionando sobre si el pasado me define, o si es solo una colección de escenas que ya no explican del todo quién soy. Si el presente es real… o si es simplemente el futuro previsto desde aquel pasado, una continuidad inevitable, una trama que no he elegido pero que sigo interpretando. Y luego está el futuro, ese territorio del que hablamos como si existiera, cuando tal vez solo sea el siguiente momento, tan frágil y tan inmediato que no le da tiempo a nacer antes de convertirse en ahora.


Entonces, ¿cómo saber si un final feliz es realmente un final? Quizá no se puede. Quizá la idea misma de “final” es un invento para darle estructura al caos, para sentir que controlamos algo que se escapa entre los dedos.


Tal vez la respuesta sea más sencilla: un final feliz solo es un presente luminoso. Lo demás —final, principio, desenlace— es una interpretación nuestra. Una costumbre. Un intento de encajar lo que vivimos en un guion que nadie escribió.


Y sin embargo, hay una verdad que se queda, silenciosa y firme: cuando la vida te regala un final feliz, aunque dure un segundo, es un regalo real. No porque cierre nada, sino porque abre algo. Porque marca un punto desde el que mirar con calma todo lo que viene, sin exigirle que sea definitivo.


Porque, al final, los finales felices no sirven para terminar, sino para recordarnos que seguimos aquí. Que todavía queda historia. Y que el presente —este, justo ahora— es lo único que realmente pertenece a nuestro nombre en los créditos.


Ar Domínguez

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo
Nunca más siempre

“Ese” momento en el que descubres que todo aquello que conocías como “hogar” no era es un lugar, sino una costumbre. Una forma de repetir el mundo para sentir que está bajo control. Lo que te salvaba

 
 
 
Estoy pensando seriamente en volver a enamorarme.

Estoy pensando seriamente en volver a enamorarme. Llevo tiempo dudándolo, pero creo que estoy preparado. Aunque solo sea para volver a sentir eso que uno siente cuando se asoma al borde del precipicio

 
 
 
Primero el huevo o la gallina

En directo, pero por primera vez. En el mismo escenario que tantas veces fue pasarela, pero esta vez sin focos apuntando al producto, sino a mí. Y fue raro. Raro y hermoso. Porque mientras algunos cu

 
 
 

Comentarios


bottom of page