Mi color favorito
- Ar Domínguez

- 26 sept
- 2 Min. de lectura
Permíteme un par de minutos para contarte algo que me parece muy curioso: resulta que mi color favorito es el gris, y sin embargo me estoy curando de una enfermedad que se ceba con mi voluntad entre los dos polos: el todo O la nada. ¿A que ES curioso?.
Podría pensar que mi fuerza interior respira la mesura, mientras mi cabeza, que va a su rollo, encuentra placer en los extremos. Pero ¿cómo te puede atraer tanto algo que “físicamente” es el punto medio?
Me da por pensar que la pulsión es independiente de la razón, aunque lo épico sería que el impulso la gobernara. Pero así… ¿dónde estaría?. Pues mira, probablemente en un cajero pasando la noche, como en esa distopía recurrente en la que termino viviendo en la calle y mi hogar son los escalones del Banco Santander que hay al principio de León y Castillo. Sí, ese podría ser mi futuro según mis pesadillas: un escenario brutal, un rectángulo frío con olor a hierro y orines, que se me aparece como metáfora de seguir mis instintos.
Lo curioso es que esas imágenes no me asustan del todo; me visitan con la familiaridad de un viejo conocido. Son como un recordatorio de que los fantasmas no viven en las sombras, sino en el vaivén de la mente, en el breve espacio entre todo y nada.
Pero espera un momento, que tiendo a despistarme y enredarme en historias secundarias —aunque mi amigo José Luis siempre me recuerda que las conversaciones saludables, incluso contigo mismo, son las que fluyen desordenadas sin terminar ningún tema—. Quizás por eso el gris me atrae tanto: porque me permite vivir en esa deriva sin la obligación de cerrar ningún círculo. El gris no exige definiciones, no grita certezas, aunque necesita de los extremos para existir. El gris es un lugar donde puedo descansar de mí mismo.
Y tal vez ahí esté la clave: reconciliarme con la paradoja. No elegir entre todo y nada, sino comprender que ambos polos son igualmente imposibles de habitar. El todo es una ficción grandiosa, el espejismo de lo absoluto; la nada es un abismo estéril que ni siquiera se sostiene a sí mismo. El gris, en cambio, es real: es el territorio de lo posible, donde la vida se hace vivible porque no es perfecta ni está vacía.
Quizá por eso el gris es más que un color: es un modo de estar en el mundo. No como resignación, sino como sabiduría. El hallazgo de que entre los extremos se despliega lo verdaderamente humano.
Porque al final —y esto lo digo como quien suelta la clave que quiere aprehender— lo único habitable no es el todo ni la nada: es la penumbra donde ambas se rozan, y donde, quizá, aprendemos a ser.
Ar Domínguez

Presioso un beso y que sigas triunfando